viernes, 13 de enero de 2012

La Regenta, Leopoldo Alas Clarín 





De Pas no se pintaba. Más bien parecía estucado. En efecto, su tez blanca tenía los reflejos del estuco. En los pómulos, un tanto avanzados, bastante para dar energía y expresión característica al rostro, sin afearlo, había un ligero encarnado que a veces tiraba al color del alzacuello y de las medias. No era pintura, ni el color de la salud, ni pregonero del alcohol; era el rojo que brota en las mejillas al calor de palabras de amor o de vergüenza que se pronuncian cerca de ellas, palabras que parecen imanes que atraen el hierro de la sangre. Esta especie decongestión también la causa el orgasmo de pensamientos del mismo estilo. 


En los ojos del Magistral, verdes, con pintas que parecían polvo de rapé(se compara sus ojos con el polvo de tabaco) ,lo más notable era la suavidad de liquen(; pero en ocasiones, de en medio de aquella crasitud pegajosa salía un resplandor punzante, que era una sorpresa desagradable, como una aguja en una almohada de plumas( aquí lo compara con  . Aquella mirada la resistían pocos; a unos les daba miedo, a otros asco; pero cuando algún audaz la sufría, el Magistral la humillaba cubriéndola con el telón carnoso de unos párpados anchos, gruesos, insignificantes, como es siempre la carne informe. 


La nariz larga, recta, sin corrección ni dignidad, también era sobrada de carne hacia el extremo y se inclinaba como árbol bajo el peso de excesivo fruto. Aquella nariz era la obra muerta en aquel rostro todo expresión, aunque escrito en griego, porque no era fácil leer y traducir lo que el Magistral sentía y pensaba. 


Los labios largos y delgados, finos, pálidos, parecían obligados a vivir comprimidos
por la barba que tendía a subir, amenazando para la vejez, aún lejana, entablar relaciones
con la punta de la nariz claudicante. Por entonces no daba al rostro este defecto apariencias
de vejez, sino expresión de prudencia de la que toca en cobarde hipocresía y anuncia frío y
calculador egoísmo. Podía asegurarse que aquellos labios guardaban como un tesoro la
mejor palabra, la que jamás se pronuncia. La barba puntiaguda y levantiscasemejaba el
candado de aquel tesoro.

La cabeza
 pequeña y bien formada, de espeso cabello negro muy

recortado, descansaba sobre un robusto cuello, blanco, de recios músculos, un cuello de
atleta, proporcionado al tronco y extremidades del fornido canónigo, que hubiera sido en su
aldea el mejor jugador de bolos, el mozo de más partido; y a lucir entallada levita, el más apuesto azotacalles de Vetusta.


Estucado: blanqueado
Estuco: yeso
Alzacuello:sobrecuello
Pregonero: anunciador
Congestión:apiñamiento
Rapé: tabaco
Liquen: alga
Crasitud: adiposidad